Detalle del Jarrón de las sirenas, La Odisea (British Museum)

Uno de los estudios demográficos más recientes sobre migraciones a nivel global (2020, División de Población de las Naciones Unidas) indica que actualmente en torno a 281 millones de personas residen lejos de sus países de nacimiento. Gran parte de esta población se ve sometida a un cuadro psicológico llamado síndrome del emigrante con estrés crónico múltiple. Millones de personas sienten que ya no pertenecen a ningún lugar porque fueron arrancadas de su tierra y sus raíces no encuentran acomodo en ninguna otra tierra.

 

 

El síndrome del migrante con estrés crónico múltiple es un tipo de afectación emocional tan común como poco conocida. La añoranza del mundo perdido (personas, costumbres y señas culturales, paisajes, olores…) intensifica la distancia e impide sentir que se forma parte de una nueva tierra. Existen múltiples dificultades (fronteras intangibles) que hacen que las personas migrantes no puedan concebir que han recuperado su lugar en el mundo. En muchos casos, se trata de un estado de desarraigo permanente (el eterno migrante) con el que han de convivir el resto de sus vidas. El limbo documental y la limitación de derechos; las trabas para el acceso a los recursos básicos, al empleo, a la participación ciudadana y política; las barreras idiomáticas y culturales, etc., se suman a niveles crecientes de xenofobia que, junto a otras formas cruzadas de discriminación, acrecientan la exclusión social de estas personas. La tierra de destino se convierte en un ámbito inestable y hostil, un capítulo más del viaje que nunca acaba. Todo lo cual, alimenta este sentimiento de no pertenecer a ninguna parte: el exilio como estado emocional. “Yo no sé cómo acabará esto -nuestro exilio, si es que puede acabar-, pero en el mejor de los casos, la destrucción cotidiana nos está dejando irreconocibles”, dijo Rosa Chacel, escritora española (1898-1994) que vivió un destierro de más de 30 años tras la Guerra Civil.

 

El psiquiatra Joseba Achotegui acuñó la denominación “síndrome de Ulises” para exponer este cuadro de estrés crónico múltiple que afecta a las personas que han vivido un proceso migratorio. La Odisea, el gran poema épico de la literatura clásica (siglo VIII a. C.), atribuido a Homero, narra el largo periplo de Ulises (Odiseo), que tuvo que emplear más de 10 años para regresar a su tierra, Ítaca, tras combatir en la Guerra de Troya (siglos XIII a XII a. C.), en un viaje incierto y azaroso a través del Mediterráneo. Desde entonces, el tema del desarraigo, del eterno migrante, ha sido recogido en numerosas ocasiones en la historia de la literatura. Se trata, por tanto, de una realidad que, como la propia dimensión migratoria y asociada a ella, es inherente a la condición humana.

Achotegui define el “síndrome de Ulises” como una manifestación del duelo migratorio que puede articularse en torno a 7 “pérdidas”: la pérdida de las personas queridas, de la lengua materna, de los códigos culturales, de los estímulos sensoriales propios de la tierra que se deja atrás, del estatus social, del grupo de pertenencia y de la percepción de aceptación y seguridad. Algo así debió de sentir Ulises hace aproximadamente 3400 años, un sentimiento de desarraigo que continúa vigente hoy para millones de personas.

 

Ulises en el siglo XXI: testimonios de desarraigo

 

Juliet nació hace 36 años en una de las ciudades más pobladas de Colombia (más de 1 millón de personas), posee doble nacionalidad, colombiana y española, y lleva casi la mitad de su vida (“ya ni me acuerdo, creo que como 15 años”, reconoce Juliet) residiendo en un municipio andaluz de poco más de 40.000 habitantes.  Cuando aún estaba estudiando en la universidad de su ciudad de origen, Juliet conoció al que hoy es su marido, de nacionalidad española, y decidieron venirse juntos a vivir a España. La pareja valoró que en Europa habría mejores condiciones para ambos, aunque ella siempre ha dudado de que esto fuese así en su caso.

Amani, de 24 años, es marfileño. En 2019  un agente de jugadores le ofreció la oportunidad de fichar por un equipo de fútbol profesional en España. Las pruebas médicas previas a la firma de su contrato evidenciaron que sufría una grave cardiopatía, incompatible con la práctica del deporte. Desde ese momento, y después de que el club que lo trajo a España se desentendiese de él, Amani ha vivido de aquí para allá, buscándose la vida, contando con el apoyo de algunos conocidos y de entidades sociales, mientras trata de regularizar su situación administrativa. Regresar a su país no es una opción, pues allí su enfermedad, que implica  serias limitaciones para desempeñar cualquier trabajo que requiera esfuerzo físico, no tiene tratamiento. Se da la paradoja de que, en un cruel regate de la vida, ahora es su madre, una mujer con pocos recursos económicos, quien desde Costa de Marfil manda dinero a España para ayudar a Amani. “Yo me siento bien aquí porque, gracias a España, yo no sabía que tenía esa enfermedad. Gracias a Dios…, en mi país mucha gente no sabe que tiene esa enfermedad”, cuenta Amani, que añade: “En todos los países hay gente buena y gente mala… Yo estoy bien aquí porque he conocido a gente buena”. Su balance es positivo, a pesar de que también cuenta algunas de las experiencias de discriminación que ha sufrido a causa del color de su piel y de su procedencia geográfica.

Por su parte, Juliet se emociona al hablar de sus inicios en España: “Yo he tenido un proceso de adaptación complicado: lo he intentado, no te entienden (y yo hablo español), recibes burlas, críticas…, y en ese momento era como que tenía que renunciar a esa esencia, que siempre he defendido, para poder sentirme adaptada. Eso entró en conflicto con mi forma de ser, porque yo tengo mi identidad, siempre me he sentido orgullosa de donde soy, así que eso no podía pasar”. Ella tiene muy claro que es colombiana y que siempre lo será, por mucho tiempo que viva en otro país. “El día de mañana, si tengo hijos, ellos sí serán españoles, pero quiero que se sientan orgullosos de que su madre es colombiana. Creo que lo más bonito es defender tu cultura, tus raíces, la educación que te han dado. Yo me siento muy orgullosa por la educación que me han dado mis padres”. En sus primeros años en España Juliet tuvo que hacer frente a un rechazo generalizado, incluso dentro de su círculo cercano, lo que se unió a una frustrante imposibilidad para ejercer la profesión para la que se había formado en la universidad, teniendo que acometer diferentes trabajos duros y de escasa cualificación. Su tesón la llevó a encontrar, al fin, el destino profesional por el que tanto había luchado. Afirma que le está resultando mucho más difícil establecer en España lazos firmes de amistad, similares a los que, a pesar del tiempo y la distancia, conserva en su país.

Amani también mantiene intactos los afectos hacia su familia y amigos en Costa de Marfil. Su mayor deseo es volver a abrazar a su madre, un sueño que, por ahora, difícilmente podrá hacerse real. Su pretensión es seguir viviendo en España, donde puede recibir atención médica. Para ello, es fundamental encontrar un trabajo y a personas que le hagan sentir como en casa, además de lograr una inclusión plena en la cultura local:  “Cuando tú estás integrado te sientes como las personas de este país, ya no eres un inmigrante”. Sin embargo, se lamenta: “Si mi familia tiene un problema yo no tengo documentación, no tengo dinero para volver. Eso me cansa mucho”. La añoranza del hogar y la familia es algo que comparte con Juliet, quien valora todo el esfuerzo que hicieron sus padres para darles lo mejor a ella y sus hermanos: “Yo anhelo eso, ese esfuerzo, esa tenacidad, ese apoyo, ese amor. He sido siempre una persona muy amada. Siempre hemos estado en un círculo de amor… Aquí siento como que no tienes la posibilidad de ser tú, que tiene que ser perfecto todo; en cambio, allí te muestras tal y como eres y no tienes miedo a ser aceptada, a ser acogida. Anhelo mi familia, mi entorno, ese entorno seguro, en el que te apoyan, en el que puedes ser tú, sin ningún tipo de reproche, y si hay reproches los aceptas”. Al contrario que Amani, Juliet sí se ha planteado regresar alguna vez a Colombia, aunque es algo sobre lo que solo se permite fantasear. Afirma que una de las razones más poderosas que la retienen en España es no querer “que mi esposo pase por lo que yo he pasado”, y añade:“También eres consciente de lo que estás creando aquí…, este es tu camino, este es tu momento, esta es tu vida”. Ante la pregunta: ¿cuándo se deja de ser una persona migrante?, Juliet afirma: “Nunca. Yo sigo siendo la de fuera… Por mucho que te disfraces, por mucho que cambies, siempre vas a ser migrante, siempre vas a ser la persona de fuera”.

 

El universal poeta griego Kostantínos Kaváfis (1863-1933), que vivió diferentes procesos migratorios, recuerda a Ulises en su célebre poema Ítaca. En los versos finales del poema, Kaváfis expresa que lo importante del viaje, de cualquier proceso migratorio, es la vivencia, la experiencia, lo aprendido. Ojalá que Amani, Juliet y todas las personas que siguen inmersas en un trayecto que nunca parece terminar encuentren algún día su Ítaca: un destino en el que echar raíces que regarán con lo que les ha enseñado el viaje.

 

Ítaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte. 

Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Ítacas.

 

Red Acoge, Proyecto Inmigracionalismo. 18/07/2024.