Cuando Sham era adolescente tuvo que escapar de su casa hasta tres veces. Las bombas y la guerra que asola Siria desde hace más de 12 años, iban cercando cada vez más su vida y la de su familia. Cuenta que huir y buscar refugio no era una elección, sino la única opción para sobrevivir a este conflicto que todavía perdura y que ha dejado millones de víctimas y más de 5,5 millones de personas refugiadas y desplazadas internas. 

 

Así es como escaparon a Turquía. Lo hizo con la esperanza no solo de mantenerse con vida, sino libre. Confiaba en encontrar en aquel exilio las claves para identificar qué era lo que le hacía sentir “diferente”. 

“Yo no sabía poner nombre a lo que sentía, a cómo era yo, a cómo soy. No sabía nombrar si era una persona trans, no binaria, gay… A mí me habían educado para que los hombres se casaran con mujeres y ya está”, cuenta ahora haciendo retrospectiva de su existencia, mirando con dulzura a la persona que era con 16 años y en la que se ha convertido con 26. Hoy sabe identificarse como una persona trans, se siente a gusto consigo misma. Se acepta y se quiere. Ha comenzado una vida nueva en España donde ha solicitado protección internacional y ha conocido a personas esenciales en su vida que, desde la acogida, le han brindado el espacio y la oportunidad que necesita para brillar y estar más cerca de alcanzar su sueño de estudiar medicina. Pero llegar hasta aquí no ha sido fácil y sabe que el camino continúa. 

 

Atrás deja una educación arraigada al tabú, que tiene como reto romperlo para aceptar y respetar de manera abierta los derechos de las personas LGTBIQ+. Sin ir más lejos, según el informe ILGA (Asociación Internacional de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Trans e Intersex), el país árabe recoge en su código penal el castigo por “actos sexuales consensuales entre personas del mismo sexo”. Además, como apunta un informe de HRW, desde que comenzó el conflicto se ha ejercido la violencia sexual contra las personas LGTBIQ como arma de guerra, por parte del gobierno sirio y de grupos armados no estatales, incluido el grupo armado extremista Estado Islámico (también conocido como ISIS).  

Por eso Sham, aunque escapó de las bombas, hoy asegura no echar de menos el país en el que nació. Ya le ocurrió en Turquía, la primera frontera que cruzó. Si bien es cierto que es un país constitucionalmente secular donde la homosexualidad nunca ha estado penada, las personas LGTBIQ+ sufren discriminación, violencia y una falta de protección institucional. Según datos de ILGA Europe Turquía se sitúa a la cola en el ránking de derechos LGTBI de países del continente europeo, concretamente en el puesto 48 de 49, solo por delante de Azerbaiyán. 

 

Durante los primeros años de Sham en Turquía, aún siendo adolescente, seguía encontrándose con burlas e insultos por su forma de ser. “Allí también me decían que era como una niña y yo pensaba, pues sí, lo soy. No me ofendía, pero me daba cuenta de que me lo decían porque no me respetaban”, rememora. 

Las faltas de respeto por su orientación sexual las encontraba dentro y fuera de su ámbito familiar. En la fábrica de costura donde empezó a trabajar también recibía insultos de “maricón” y llegó a sufrir acoso. Sin embargo, fue ahí cuando conoció a otra persona que vivía algo parecido y que, reconoce, le abrió los ojos y le dio el primer empujón para empoderarse.  “Me dijo: ‘eres diferente’ yo también me siento mujer, aunque tenga un cuerpo equivocado. Yo al principio reaccioné mal, estaba en un momento de negación, pero corriendo busqué en YouTube información y descubrí que no era la única persona que se sentía así, que había mucha gente como yo. Y de repente me asusté porque me di cuenta de que no iba a cambiar, pero no podía vivir ocultando quién era a mi familia”. Por eso, el siguiente paso fue emanciparse e instalarse en otra ciudad.   

No fue fácil desprenderse de la inseguridad o depresión que acarreaba buscar ser libre en un entorno en el que las personas LGTBIQ+ sufren discriminación por el mero hecho de existir, hasta que fue conociendo a otras personas activistas queer 

“A los 19 años conocí a una psicóloga que me ayudó mucho. Ella me preguntó: ‘¿qué te apetece hacer?’ Y yo le dije que maquillarme y que alguien me viera. Así que en cada sesión con ella me daba 15 minutos extra para que me pudiera maquillar y luego habláramos. Para mí fue muy liberador este gesto”, recuerda Sham haciendo bromas de sobre el resultado de sus primeras veces con las pinturas. 

Gracias a ese entorno de seguridad con las personas LGTBIQ+ que descubrió en Turquía pudo conocer y solicitar los programas de reasentamiento para personas refugiadas. Es decir, el traslado de personas refugiadas de un país de acogida a otro Estado de la Unión Europea, en este caso España. 

   

Fue así como llegó a Madrid en 2019 e ingresó en el sistema de acogida, iniciando un proceso de inclusión del que también recuerda dificultades como la falta de intimidad en los recursos compartidos o la necesidad de recibir atención psicológica en su propio idioma. Pero Sham es de esas personas capaces de transformar los inconvenientes en ventajas. Por eso no dudó en estudiar a fondo el español hasta manejarlo a la perfección, homologó sus estudios de bachiller para estudiar un FP, que pudo cursar gracias a una beca y que compaginó con otros trabajos. Y hoy celebra sin poder disimular la emoción, que ha conseguido un trabajo nuevo, haciendo una labor sociosanitaria y de cuidados, que asegura que le encanta. 

Tanto es así que vive en un piso compartido donde también cumple el rol de mediadora. Y es que se trata de un proyecto de vivienda y convivencia impulsado por unas vecinas de Madrid que alquilan tres habitaciones a personas interesadas en promover la acogida y la convivencia en un espacio plural y diverso; y las otras dos habitaciones restantes quedan a disposición de personas migrantes y refugiadas que se encuentren en situaciones de vulnerabilidad y precisen de un periodo de acogida y acompañamiento temporal. 

“Es mi familia elegida. No solo tengo un techo, aquí me siento libre, respetada, apoyada”, agradece Sham sobre MIFA, como así se llama esta iniciativa ciudadana, autogestionada, sin ánimo de lucro y que, paradójicamente, es el ejemplo opuesto de la gentrificación que se extiende en el barrio donde se ubica en Madrid. 

 

Sham se muestra siempre agradecida por el momento vital en el que se encuentra. “Pienso ahora y miro atrás y sé que no estoy donde quiero estar, pero sí cerca”, dice emocionada, consciente de que su sueño de estudiar Medicina sigue siendo difícil, pero no imposible. “Ahora sé que las personas trans, las personas LGTBIQ+ podemos ser lo que queramos ser, aunque nos lo pongan más difícil”, dice con determinación.  

Por eso, para defender los derechos conquistados, cuenta que este año volverá a salir a las manifestaciones del Orgullo LGTBI+ en Madrid.  “Claro que queda mucho por hacer, pero España es un lugar donde puedes luchar, donde tienes voz”. 

 

Red Acoge, Proyecto Inmigracionalismo. 02/07/2024.